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El láser de discoteca que costó un ojo de la cara a Z. C.

A Z. C. le ha costado años procesar su incidente y hablar de ello. Tras esa noche de agosto del 2014, en la discoteca Atlàntida de Sant Adrià, en la cual perdió la visión del ojo izquierdo, no ha vuelto a poner un pie en una sala de baile. Además, ha renunciado a sacarse el carnet de conducir y se siente incómodo cuando ve un objeto acercarse.

Esa noche, Z. C. quedó deslumbrado por un potente láser verde que barría el público en el espacio exterior de la discoteca. Que el láser le haya cegado no ha quedado plasmado en una sentencia, porque la empresa de seguros de la discoteca (hoy cerrada) acabó indemnizándole con 80.000 euros, a cambio de cerrar el juicio. Z. C. prefiere mantener su identidad oculta al trabajar en un sector con exposición al público.


Sin embargo, el médico del hospital del Vall d’Hebron que visitó a Z. C. después del incidente y diversos expertos independientes apuntan a que esa es la explicación más probable. Así, el caso de Z. C. se añadiría a la escueta lista de daños oculares causados por láseres de discotecas. Se trata de sucesos muy raros: tienen que coincidir láseres potentes y usados de forma impropia, con la mala suerte de que incidan justamente en un ojo.

Un haz muy gordo

“Pasamos la noche entera de fiesta con tres amigos y poco antes del cierre el 'disc-jockey' invitado empezó a enfocar hacia el público el láser que estaba cerca de la cabina central”, recuerda Z. C. Era la madrugada del 2 al 3 de agosto del 2014 y él tenía 29 años. “Era una bola que rotaba encima de una base en forma de pirámide. Sacaba un haz muy gordo, de esos que cambian de forma y normalmente se enfocan al cielo”, prosigue.
Z. C. relata que se encontraba a unos 10 o 15 metros de la cabina, cuando una ráfaga enfocó su ojo durante unas fracciones de segundo. “Fue mala suerte, porque no parpadeé. Justo después, como ya había luz del día, noté que tenía una mancha grande en el campo de visión del ojo”, recuerda.
Z. C. se fue a dormir pensando que se recuperaría, pero al despertar estaba todo igual. El parte del doctor Miguel Ángel Zapata, del Vall d’Hebron, corrobora la versión de Z. C., al no encontrar pruebas de contusiones o penetración de objetos: “Las lesiones son compatibles con láser de alta potencia”, sentencia. La diagnosis es de hemorragia intrarretiniana.
“Me vine abajo. Ahora lo he asimilado, pero entonces lo pasé muy mal”, recuerda Z. C. Desde entonces, ir en bici o jugar al pimpón se convirtieron en algo perturbador y se le cerraron las puertas de trabajos que requerían agudeza visual.

La indemnización

Entonces, empezó la historia judicial del caso. El abogado de Z. C., Tony Botey, del despacho Acordia ACR, contactó por burofax con la empresa que explotaba el negocio de la discoteca, pero no obtuvo respuesta. La compañía aseguradora de la empresa rechazó reconocer el siniestro, al considerar que la discoteca no tenía responsabilidad.
Botey se preparó para un juicio. Solicitó un peritaje al oftalmólogo gerundense Alberto Tito González Benedetto, que confirmó la quemadura de la retina. Y halló un antecedente: una sentencia de la Audiencia Provincial de Sevilla que relataba un daño ocular causado por un láser de discoteca en 1997. Sin embargo, la compañía cambió rápidamente de idea cuando se enteró de la demanda. Enseguida le propuso una indemnización para cerrar el juicio y aceptó cuando Botey subió la apuesta.
Expertos no implicados en el juicio que han estudiado la documentación confirman que la versión de Z. C. y Botey es plausible. Patrick Murphy, director ejecutivo de la International Laser Display Association, que agrupa las empresas del sector del láser aplicado al arte y al entretenimiento, ha visionado unos vídeos promocionales de la discoteca Atlàntida, en los que se reconoce el haz verde descrito por Z. C. “Es difícil sacar conclusiones de un vídeo, pero el láser exterior parece potente”, afirma.

A 10 diez o 15 metros

Murphy aventura que el dispositivo podría ser una variante de la cabeza rotante Sharpy. “Ya que la persona se encontraba a 10 o 15 metros del láser, y haciendo la asunción importante que fuera un láser de 1 o 5 watios [de alta potencia], es posible que un haz láser de 5 o 6 centímetros produjera daños en la retina”, afirma.
Gregory D. Lee, oftalmólogo del centro Langon de la Universidad de Nueva York, que ha estudiado casos de lesiones oculares ocasionadas por láseres, apunta a un detalle significativo. “El color verde que el paciente cita es absorbido muy bien por los fotopigmentos de la retina, lo cual quiere decir que puede causar mucho daño. De hecho, es el color de láser que usamos para la cirugía retiniana”, observa.
“En oftalmología, usamos el láser a diario: es un tipo de luz que tiene capacidad para producir quemaduras en la retina”, argumenta Rubén Pascual, encargado del servicio de oftalmología infantil del Hospital San Pedro de Logroño, que ha tratado los riesgos de los láseres de discoteca en su blog Ocularis. “Los láseres que se usan para proyectar en espacio abierto tienen una potencia mucho mayor, estarían ya en una magnitud de los láseres industriales. Con la exposición adecuada, podrían producir una lesión casi instantánea”, concluye.

Punteros: armas de bolsillo

En el 2016, un hombre perdió la vista cuando la luz de unos punteros láser con los cuales jugaban unos niños interceptó sus ojos, y él se quedó mirando, sin apartar la mirada. "En el caso de los punteros, el riesgo está en fijar la vista en la luz durante un tiempo: si se está un rato mirando, se produce una quemadura. Es algo que le ocurre a los niños, por ejemplo”, explica Antonio Duch, el doctor del Hospital Clínico de Valencia que trató el caso. Se trata de casos raros, “menos de uno por año”, dice Duch, que, sin embargo, invita a no bajar la guardia. “La novedad aquí está en internet. Se encuentran a la venta láseres de mucha potencia. Es muy sencillo conseguirlos”, observa el doctor. Estados Unidos y el Reino Unido tienen limitaciones importantes y en España se ha llegado a retirar láseres en puntos de venta, informa Duch. “Con las medidas adecuadas no tiene por qué haber peligro”, afirma Javier Alda, físico de la Universidad Complutense de Madrid que ha estudiado los riesgos de los punteros. “Los láseres no son juguetes: normalmente no se producen incidentes, si se respeta la normativa”, concluye.

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