El 2020 fue extraordinario en diversos aspectos y nos obligó a replantearnos muchas cuestiones esenciales de la vida humana. A la pandemia del Covid-19, que ya lleva más de un año, se le sumaron otros imponderables como incendios en distintos puntos del país, que arrasaron con naturaleza, casas y tierras productivas.
Ante este panorama, la necesidad de proteger el patrimonio de cada uno toma más relevancia para desenvolvernos con tranquilidad en una realidad que sigue generando incertidumbre. A partir de ahí, una cuestión muchas veces desplazada pero que hoy debe volver a instalarse es la necesidad de desarrollar la cultura aseguradora en Argentina.
La injerencia que los seguros tienen en cada sociedad es una radiografía de cuánto planifican las personas pensando a largo plazo y en sus bienes más preciados.
A nivel local, la demanda de los seguros de vida y de retiro se catapultó un 20% tras la llegada del coronavirus. Este dato elocuente, de la Asociación Civil de Aseguradoras de Vida y Retiro, refleja la búsqueda de protección frente a un contexto indescifrable.
Más allá de las obligaciones urgentes que nos impone la pandemia, y que nos obliga a pensar en las coberturas antes mencionadas ¿qué tan preventivos somos los argentinos? La respuesta: muy poco. Un ejemplo de esto es el informe que desarrolló el Swiss Re Institute en 2019, y arrojó que en Argentina un 22% de los autos que circulan no están asegurados, mientras que en Chile la cifra es de un 8%.
Al mismo tiempo, el uso de las motos creció de forma exponencial en los últimos años y en algunos lugares del país se utilizan más que los autos. En términos de datos, en Argentina se movilizan alrededor de siete millones de motocicletas (Asociación de Concesionarios de Automotores de la República Argentina) , y estas son las estrellas del transporte actual por ser un vehículo que se conduce al aire libre y gasta poco combustible. Sin embargo, sólo un 27% están aseguradas, según ATM Seguros.
En países más desarrollados como Inglaterra, Estados Unidos y España, la cultura de seguros se eleva a otro nivel, a tal punto que las coberturas de motovehículos están totalmente naturalizadas y comienzan a tomar preponderancia nuevas medidas aseguradoras.
De esta manera, se aseguran las piernas de los futbolistas y los pulgares de los pilotos de Fórmula Uno. Asimismo, no es descabellado ver en Japón seguros para mascotas, o en Inglaterra un seguro que protege económicamente a los padres en caso que lleguen a nacer - sin previo aviso - dos bebés o más en un mismo parto.
Por más exorbitantes que parezcan estas coberturas, sin dudas que son la prueba de una vasta cultura aseguradora, que no es ni más ni menos que el reflejo de una intención de proteger lo más importante. En Argentina, esta carencia es una responsabilidad compartida de las empresas del sector, del Estado, y también de cada individuo.
El desafío que nos compete a los que integramos la industria es comunicar la importancia de la actividad en la sociedad: como una forma de proteger lo más valioso, a nivel material y humano, y como punto de partida solidario que desencadena en que la Compañía de seguros compense a aquel que sufrió un daño. En esta línea, debemos educar a las personas y brindarles información transparente con productos accesibles.
Por el lado del Estado, debe establecer sinergias con el sector privado, para potenciar la industria, la concientización sobre la importancia de planificar a largo plazo a través de las coberturas y reforzar la prevención del fraude. Además, es necesario que extreme medidas restrictivas para aquellas personas que circulan con un auto o una moto sin asegurarla, perjudicándose a ellos mismos, y a terceros. El seguro cumple una función social muy relevante en este contexto, si esos individuos no asegurados ocasionan un daño a un tercero, ¿quién paga los gastos médicos del accidentado y de reparaciones de su vehículo?
Desde la perspectiva individual, es necesario tomar real conciencia de la importancia de proteger lo más valioso, sobre todo en una realidad tan ambivalente como la actual. Además, en cuestiones de responsabilidad cada uno debe cumplir la normativa vigente que contempla asegurar los bienes, protegiendo lo más valioso que se posee y se obtuvo con años de trabajo , así como también no apelar a fraudes; ya sea cobrando un siniestro que no ocurrió o distorsionando las consecuencias de uno que sí sucedió. El fraude impacta en todo el universo social, porque cada vez que recursos destinados a reparar un daño terminan en los bolsillos del fraude; suben los costos de coberturas para los asegurados y disminuyen los recursos para los siniestrados. No es tan simple eliminarlo, especialmente en un contexto de contracción económica. En nuestro país la cifra de estafas a las empresas de seguros aumentó un 20% durante la pandemia.
Dentro del marco de una nueva normalidad que ofrece pocas certezas, sin dudas que desarrollar una cultura aseguradora consciente será una de las herramientas para aminorar la incertidumbre. Como toda crisis, sortearla requerirá del trabajo en equipo, en este caso, de la mancomunión entre el Estado, el sector privado y las personas.
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