Una de las leyendas urbanas más asentadas en nuestro entorno rural es que cuando hay nubes vienen unas avionetas y las roban para que no llueva. De hecho, hemos llegado a ver manifestaciones y Ayuntamientos organizando recogidas de firmas para que las detengan. ¿Quién quiere robar la lluvia? Aquí hay diferentes teorías, a cual más peculiar. Lo más típico es culpar al pueblo de al lado, que quiere la lluvia para él, o a los agricultores de otros cultivos, a quienes una lluvia en época de recogida les podría estropear la cosecha. Hay teorías más elaboradas que culpan a las compañías de seguros, que tratarían de evitar que cayera granizo para no pagar indemnizaciones. ¿Tiene base alguna de estas afirmaciones?
Le debemos al meteorólogo Lorenz la afirmación de que el aleteo de una mariposa en Costa Rica puede ocasionar un tornado en Texas. Lo que quería expresar en esta frase es que la atmósfera es un sistema tan complejo que su comportamiento es caótico y por eso fallan tanto las previsiones. Si saber qué tiempo va a hacer es complicado, manipularlo es muy difícil, pero no imposible. Tratar de controlar el tiempo atmosférico ha sido una constante de la civilización, aunque durante milenios todo lo que se podía hacer eran ofrendas o rogativas a diferentes dioses o santos. A principios del siglo XIX, el estadounidense James Espy fue el primero en darse cuenta de que las nubes se forman cuando el aire caliente sube a capas altas de la atmósfera y, al encontrarse con aire frío, el vapor de agua que contiene se condensa y forma las nubes.
En 1946, el premio Nobel Langmuir espolvoreó hielo seco en una nube y logró que lloviera, pero el agua no llegó al suelo
Años después, el premio Nobel Irving Langmuir descubrió que esparciendo hielo seco entre las nubes se producía lluvia. El 13 de noviembre de 1946 consiguió que al espolvorear hielo seco en una nube, esta se condensara y lloviera, aunque el agua no llegó al suelo. Se evaporó por el camino, pero sin duda fue la primera lluvia artificial. El segundo ensayo, organizado el 20 de diciembre de ese año, tuvo más éxito. Poco después de sembrar las nubes, cayó una nevada de 20 centímetros que causó innumerables problemas en el Estado de Nueva York. A pesar de que él se atribuyó el éxito, General Electric, compañía para la que trabajaba, le obligó a firmar una declaración en la que negaba toda la responsabilidad, para evitar una avalancha de denuncias. De todas formas, es probable que el éxito de Langmuir no fuera tal, puesto que la tormenta había sido prevista por los meteorólogos.
Langmuir siguió investigando su método y llegó a la conclusión de que el yoduro de plata funcionaba mejor que el hielo seco. Sin embargo, su compañía no quiso saber nada de esos experimentos. No así el Ejército de Estados Unidos, que le acogió con interés y donde trabajó hasta 1952. A pesar de que Langmuir se atribuyó notables éxitos, como provocar lluvias torrenciales en Nuevo México, la mayoría de esos fenómenos podían ser explicados por causas naturales, por lo que el proyecto se olvidó… hasta la guerra de Vietnam.
Vietnam es una selva lluviosa y los americanos se dieron cuenta de que el Vietcong utilizaba una ruta de pistas forestales para suministrar a su ejército. Si conseguían aumentar el nivel de lluvias, esas pistas se convertirían en impracticables y bloquearían el transporte. Con esta finalidad se creó el proyecto Popeye. Se realizaron 2.602 vuelos y 47.409 descargas de yoduro de plata con el fin de intensificar la acción de los monzones sobre las rutas del Vietcong y hacerlas impracticables. La filtración de los famosos papeles del Pentágono dio al traste con el proyecto. El coste fue de más de 20 millones de dólares de la época, y el resultado, tan pírrico que era dudoso que el Vietcong se hubiera percatado de que llovía un poquito más. Puntualmente se han seguido utilizando estas técnicas, como cuando la URSS trató de impedir que las nubes cargadas de radiactividad de Chernóbil llegaran a Moscú, o cuando China sembró nubes para que la lluvia no desluciera la inauguración de los Juegos Olímpicos de 2008. Sin embargo, el coste es altísimo y los resultados ridículos. Por tanto, ante la falta de lluvia no culpen a las avionetas, sino al clima o, sin son creyentes, al santo patrón de la localidad.
Fracaso con huracanes
En el Ejército de Estados Unidos, Langmuir fue responsable del proyecto Cirrus, que trataba de neutralizar los huracanes que azotan el Caribe y el sur de Estados Unidos. La idea era sembrar las nubes cercanas al ojo del huracán para que se formara hielo y que este dispersara el calor del huracán y así bajara la intensidad del viento. El 13 de octubre de 1947 hizo la prueba con el huracán King, que ya estaba muriendo en el Atlántico. Sin embargo, lo que pasó después de sembrarlo fue que cambió su trayectoria, cogió fuerza y asoló la ciudad de Savannah, en Georgia. Es poco probable que esto se debiera al sembrado, ya que, por suerte para Langmuir, en 1906 otro huracán había seguido una trayectoria similar a la de King.
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